viernes, 25 de enero de 2013

APRENDER HACIENDO

Como dice en Bain (2009), la metáfora es un fantástico recurso para ilustrar ideas esenciales. Una de las metáforas más atractivas que escuché, cuando era estudiante de educación física, fue la del "currículum del nadador ". Nos habla del sentido, o más bien del sinsentido, de algunas prácticas docentes, al parecer, todavía muy arraigadas. Esta es una versión libre mía. Dice así:

"Cierto día, un niño al ver por televisión una competición de natación, pidió a su padre que llevase a un club pues quería ser nadador. Al padre le pareció una gran idea (pues el niño siempre andaba trasteando con la tablet y la PSP) por lo que se dispuso a buscar el mejor centro y el mejor entrenador que había en la ciudad.

El instructor ofreció al padre garantías de que con su sistema de enseñanza, si el niño ponía de su parte, en pocos meses sería un campeón. Y se pusieron a ello.El entrenador le hizo la preceptivas pruebas físicas (valorando su consumo máximo de oxígeno, el umbral anaeróbico, le hizo una lipometría y le tomó las medidas antropométricas en un prestigioso centro de medicina deportiva).

Le modificó y adaptó la dieta y le reajustó los hábitos y horarios de descanso. Metidos en faena, le enseñó química del agua y los principios hidrodinámico básicos (el niño se tendría que introducir el agua).Cada jornada, en duras sesiones, realizaba una preparación física específica en seco: trabajos adaptados de flexo-elasticidad para los tobillos y los hombros y una rutina de fuerza-resistencia con las últimas máquinas del mercado.

Para lograr mayor autocontrol y regular la tensión competitiva que tendría que sufrir, contó los servicios de un psicólogo deportivo (sabía que trabajar en equipo era lo mejor). Por las noches, para consolidar un exhaustivo aprendizaje, estudiaba vídeos sobre las grandes gestas olímpicas: Spitz, Counssilman, Popov, Ian Thorphe, Michael Phepls,... eran como de la familia.
Los fines de semana estudiaba sociología de la natación (natación y clases sociales) y antropología de la natación (el hombre y el agua). Hizo un trabajo teórico de historia sobre la natación: desde los egipcios (los primeros en nadar braza) hasta nuestros días. Todo, evidentemente, a base de rigurosos conocimientos teóricos, elaboradas clases magistrales y la mejor literatura específica. Pero eso sí: sin entrar en el agua.Pasados unos meses de exhaustivo aprendizaje, el entrenador convencido de la infalibilidad de su evolucionado sistema de enseñanza, citó al padre para que comprobarse la evolución que había seguido el retoño.
El entrenador pidió al niño que se pusiese en la pileta de salida. Éste siguió sus instrucciones sin vacilar. A indicación del entrenador, se zambulló la piscina. Y... qué conmoción. Para asombro del padre y del entrenador, el niño empezó a bracear de forma angustiosa y a pedir un auxilio desesperado.
Entre ambos los rescataron del agua a empujones.Una vez fuera de la piscina y sin decir nada, el entrenador miró al niño, y moviendo contrariado la cabeza pensó: qué estudiante más inútil, después de todo lo que le he enseñado casi se ahoga. De todas mis enseñanzas: ¿Qué es lo que no alcanza a entender?   
El padre persuadido de que su hijo no servía para el deporte, pagó y agradeció los servicios del profesional y prometió al niño buscar otra actividad adecuada a sus capacidades.
El análisis que hizo del niño fue distinto. Aunque confiaba ciegamente en el profesor y en sus enseñanzas y se había esforzado al máximo, siempre sospechó que sin entrar en el agua le sería difícil aprender a nadar; aunque había que intentarlo.
Sirva esta ilustradora alegoría para alumbrar la manera de entender la enseñanza y el aprendizaje de algunos docentes. Ellos lo ven todo claro; para poner de una vez por toda esa máxima del aprendizaje significativo y competencial que dicta que la única manera de aprender es "aprender haciendo". Es obvio que la única manera de aprender a nadar es nadando.
Cuando algunos de mis estudiantes me piden que les explique cuál es la mejor manera de enseñar a un niño a correr o a bailar, esperan fórmulas magistrales o sesudas indicaciones técnicas, sistemas de trabajo o estrategias en la práctica. Y les suelo responder de una forma muy sencilla: a correr se aprende corriendo, a bailar, bailando, y no únicamente a través de lecturas sobre la historia de la danza o de tratados sobre la biomecánica del baile. 

Esta máxima también nos la podemos aplicar los profesores pues a enseñar también se aprende enseñando. O mejor dicho: a aprender mientras enseñamos.
¿Para cuándo una educación que se apoya en la inteligencia motriz, en la inteligencia ejecutiva y no en la mera teoría?

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