jueves, 24 de enero de 2013

Mirada fresca y comprometida.

Siempre he pensado que para ser maestro o maestra no basta con aprobar los 260 créditos de la carrera y abonar las tasas del depósito del título. Tampoco el poseer un certificado, aprobar unas oposiciones o vivir de la profesión. Maestro es aquel, que además está dispuesto a vivir la profesión y dignificarla. Una bellísima reflexión del filósofo Emili LLedó dice que la enseñanza es una forma de ganarse la vida, pero sobre todo, es una forma de ganar la vida de los otros. 
Un maestro es un conseguidor,
 alguien capaz de transformar las dificultades
 en posibilidades

Con ese credo ético de trasfondo, les propuse a mis estudiantes del Prácticum, en su último año de formación, que reflexionaran sobre la misión a la que iban a dedicar su vida profesional. Les pedí que redactaran y firmaran una suerte de código deontológico, de contrato simbólico con el que comprometerse para siempre. Sus respuestas fueron gratificantes y tranquilizadoras.
A modo de ejemplo, expongo uno de esos decálogo (podría exponer otros de igual valor) donde se evidencia que la lucidez, la frescura y el compromiso que necesita la escuela, no es patrimonio exclusivo de grandes púlpitos académicos (Universidad, grandes doctores o editoriales...); también se encuentra en el ADN de esos jóvenes de nuestras facultades.  Uno de mis estudiantes decía:

DECÁLOGO QUE ME COMPROMETO A RESPETAR COMO MAESTRO: 
  1. Ir a clase con la ilusión del primer día y empezar cada sesión como si de un debut  se tratase.
  2. Conocer a mis alumnos y no etiquetarlos de forma fría y burocrática.
  3. Ejemplarizar con mi comportamiento y conducta: siendo puntual, preparando las clases y siendo justo tanto en las  exigencias y en los reconocimientos.
  4. Preparar las clases y no improvisar; teniendo un plan, un objetivo y una exigencia para cada sesión. Exigir, pero también exigirme
  5. Ser amable y accesible con mis alumnos, padres y mis compañeros de trabajo.
  6. No trasladar mis problemas, fobias o filias personales al aula.
  7. Ser dialogante y resolver los conflictos con perspectiva, justicia y humor.
  8. Tratar con respeto a todos, haciendo hincapié en las virtudes de cada uno y no en sus defectos. Y ser paciente con aquellos que necesitan mayor dedicación.
  9. Posibilitar la autonomía física, intelectual, social y afectiva de todos los alumnos
  10. Buscar un clima de clase basado en la empatía, el respeto, la confianza y la igualdad.
Ilusión por la profesión, comportamiento ejemplar, justicia,  exigencia, amabilidad, humor, diálogo, respeto, empatía, trabajo en equipo... ¿Cabe una declaración de principios más edificante?
Deseo resaltar esa mirada autoexigente, casi naif de mis estudiantes y poner en valor esas ideas y compromiso todavía sin contaminar, sin machacar con mensajes destructivos: "no vas a cobrar más por hacer más horas", "cómo se nota que eres joven", "si ellos no están motivados qué puedes hacer", "no cuentes con los padres”...  Como mantiene santos Guerra "Todo habla en la escuela. Hace falta escuchar y analizar lo que se escucha" (p. 17). A ellos corresponderá pues la responsabilidad de elegir el bando: el de los del síndrome burn out, o el de los inmunes, personas dispuestos a remangarse cada día con entusiasmo y pelear por una de las profesiones más complejas y hermosas que existen. 
Quiero animar ese espíritu joven, esa ilusión sin erosionar, esa visión novel. No es cierto que a la vuelta de unos años y algunas desilusiones tengamos que a acabar quemados. La docencia desgasta, es una realidad incuestionable, pero también nos ofrece la oportunidad de aprender enseñando, reinventarnos profesionalmente (reciclaje lo llaman). No queman los años de docencia, queman las prácticas rutinarias sin alma. Como oí decir a un compañero con ironía, no hay que confundirse; no es lo mismo llevar 20 años de docencia, que repetir veinte veces lo que haces en un año. 
Y por qué negarlo, la enseñanza sigue siendo una profesión difícil, un menester para idealistas, que como decía Freire, consiste en perseguir una utopía: la utopía de lo cotidiano.
Agradezco ese decálogo porque nos recuerda cuál es la esencia de la profesión, nos dice que un maestro debe ser un conseguidor, un experto en transformar las dificultades en  oportunidades.
Para conseguirlo, necesitamos referencias, principios de acción, pautas éticas y... también utopías que nos orienten.
¿Nos concedemos un respiro para reflexionar, tomamos un café y nos animamos para redactar nuestro propio decálogo?

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