martes, 5 de marzo de 2013

Cómo ser un buen profesor/ra sin riesgo de parecerlo


Lo importante en la vida y en la escuela es la esencia, no la apariencia. Pero pongamos el mundo al revés, seamos mundanos, volvámonos mundo. En estos momentos nuestro planeta está habitado por más de 7.000 millones de seres humanos; bien es cierto que unos más humanos que otros. De esa cantidad, lógicamente surge la excelencia (ética, personal, profesional…), pero también la mediocridad. Y de ello vamos a hablar, de excelencia y de mediocridad.
Niñ@s en clase de natación. Foto anónima
Este texto surge a raíz de una visita que me hizo un antiguo alumno a la Facultad. Me alegran estas visitas, las veo como un reconocimiento implícito a la que en su día pudo ser una clase divertida, una frase amable o una experiencia académica acertada. A decir verdad el reconocimiento suele ser mutuo, aunque, confesaré, jamás les digo cuánto me hacen aprender. Cuando vienen solemos bajar a la cafetería de la Universidad (qué sería de las facultades sin las cafeterías) a charlar relajadamente de colega a colega. Ese café compartido lo considero una cortesía necesaria, pero también esconde un interés: siempre me cuentan cosas de sumo provecho.

Pues bien, charlando con mi alumno (no creo en la categoría ex-alumno; o son alumnos o pasan a ser compañeros), hoy profesor novel, me dijo preocupado: “ya no sé cómo decirles a mis niños que no exterioricen su cariño; me sonríen y me cogen del brazo cuando salgo al patio o me ven en el comedor. ¡Claro, lo hacen delante de mis colegas! y éstos me miran con cierta desaprobación. Más de una vez me han aconsejado con ironía, que la atención hiperbólica que les presto a mis estudiantes y por mi pasión profesional se le curará con la edad."

Escuchando esto me sentí obligado a decirle unas palabras reconfortantes, me vi empujado a hacerme cómplice de su aflicción, pues me identificaba con esa historia que yo, en mis primeros años de profesor de Instituto, también había escuchado de algún compañer@.
Recuerdo, cuando pasaba largas horas en la sala de profesores preparando materiales para clase o para algún proyecto, como aparecía algún “compañerazo” y me sermoneaba con la manida perla del”todavía estas aquí”, o un “José, que no vas a cobrar más por trabajar tanto”, y la no menos tópica “como se nota que eres joven, cuando lleves los años que yo veras”. Ya veremos, contestaba mentalmente mientras sonreía con forzada cortesía a esos comentarios.
Amigo o amiga que compartes esta lectura: ¿te suenan estos argumentos? 
Querido colega, aunque en su día no supe muy bien qué decirte, ahora que han pasado unas semanas quiero detallar cómo puedes llegar a ser un buen profesor de educación física sin, ni siquiera, correr el riesgo de parecerlo, como ser un buen docente sin enfermar a nadie en el empeño.
Aquí va mi reflexión, que por supuesto, aclaro, va dirigida a una inmensa-minoría; aunque esta sea muy bulliciosa.
Este decálogo para el (des)educador físico, dice así.
1.       Trabaja en equipo, delega, pero simula que tienes galones y sabes actuar con severidad e imponer respeto manu militarí.
2.       Pon cariño por lo que haces y por quién lo haces, pero manifiéstate equidistante (o mejor: directamente distante)
3.       justo, ético, riguroso en las evaluaciones, trata a los estudiantes de forma respetuosa, aunque, de vez en cuando, deberías poner un parte.
4.       Innova en los contenidos, en la metodología, usa tecnologías educativas con criterio, renueva la práctica… pero ten a mano un libro de texto.
5.       Participa en seminarios, cursos, congresos, recíclate y aprende continuamente; pero cuando pidan voluntarios di que no puedes, muestra tu contrariedad, niégate.
6.       Sé coherente, intelectualmente inquieto y modesto… pero actúa como si lo supieras todo.
7.       Sé optimista, trasmite pasión y curiosidad, más en público, muéstrate abatido y apático.
8.       Busca chivos expiatorios, quéjate y culpabiliza de tu desgana a la crisis, al poco material que hay en el gimnasio, a los padres poco colaboradores, a la nueva Ley Orgánica, al poco tiempo de clase, al color de las colchonetas,… pero quéjate pública y contínuamente.
9.       Prepara y planifica las clases con rigor, pero aparenta que improvisas.
10.   Sé puntual y exquisito en el fondo y en las formas…, pero de vez en cuando llega tarde a clase.
Hazlo de esta manera y verás como tus alumn@s (y sus familias) lo agradecerán. Y alguno de tus compañer@s, también podrán sentirse tranquilos.
Ahora quiero mostrarte un cuento que reescribí años atrás (basándome en una historia de Gibrán Khalil[1]) para dinamizar una clase de Didáctica de la EF, con un debate sobre la importancia del compromiso profesional de los docentes. El cuento decía:
Había una vez un colegio en el que todo era armonía: buen clima de trabajo, compromiso profesional, regido por un director especialmente respetado por su carisma y sabiduría.
En el patio del centro, rodeada de frondosos árboles, había una fuente de agua fresca de la que todos bebían en las horas de asueto puesto que era la única que había en el centro.
Un fin de semana, cuando todos los alumnos y profesores descansaban, un misterioso desconocido salto la valla del centro y vertió 30 gotas -una por cada profesor- de un misterioso líquido en la fuente, mientras decía: -desde este momento quien beba en la fuente se volverá apático, receloso e individualista, no le preocuparán sus alumnos ni su trabajo.
El lunes de una calurosa mañana todos bebieron de la fuente y se volvieron apáticos y desinteresados como había predicho el enigmático asaltante. Todos menos el director, que ausente por una reunión, no había bebido.
Desde aquel momento todos los colegas empezaron a sospechar del entusiasta director, y que por su extraño comportamiento tanto querían los niños. Y lo criticaban por cada decisión que tomaba o por cada esfuerzo en el que divergía.
En los claustros y reuniones de trabajo empezaron a afearle su comportamiento y a ningunear su compromiso; y decidieron marginarlo por su alejamiento pues ya no era uno de los suyos.
El director, sensible a la actitud de sus compañeros y compañeras, tomo una dolorosa decisión. Con lágrimas en los ojos, bajo al patio y bebió un gran vaso de agua de la fuente.
A la mañana siguiente todo volvió ser como antes. Todo tornó a la normalidad cuando los compañeros constataron que el director, de nuevo, era uno de los suyos.
Poniéndome trascendente, al nivel literario de la narración te digo: querido y joven colega, no bebas el agua de la fuente, por muchas tentaciones y sed que tengas, no te hidrates en el pozo de la mediocridad o el desánimo. Por muchos desencuentros con otros compañeros, padres o miembros de la administración, por muchos re-recortes que veas, no te desmotives. 
Recuerda que lo que es importante, aquello que merece la pena, merece la pena hacerlo rematadamente bien. Y la educación (tu trabajo), no es importante: es vital. 
Ambos sabemos que estás rodeado de profesionalidad, que no te pese más la anécdota que la categoría, que no cotice más un comentario desafortunado, que la complicidad de tus alumnos.
Por cierto, en estos tiempos de “te desprestigio y luego te recorto”, vaya mi modesto reconocimiento a la profesión, a la inmensa mayoría de maestros y maestras, profesores y profesoras de todos los niveles educativos, de cualquier área y tipo de centro. Mi reconocimiento por vuestra dedicación y profesionalidad, por no desfallecer con la que está cayendo, por intentar levantaros después de cada desilusión. En ocasiones, las dificultades no están en los recortes, el aumento de ratio o la falta de recursos de todo tipo. 
A veces, los vientos más descorazonadores y esterilizares pueden venir de dentro, de ese compañero desilusionado al que le incomoda tu aliento.
Humildes GRACIAS (en mayúsculas) a esos anónimos colegas que ponen el alma (laica) en lo que hacen sin el riesgo o la evidencia de parecerlo. La escuela, es cierto, puede y debe mejorar, puede y debe aprender, pero en estos momentos es una de las instituciones más valorada por la sociedad (datos del barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, CIS). Aunque nos extrañe a los que estamos dentro, esa valoración obedece a algo.



[1] Gibrán Khalil Gibrán (1918). El loco, en El rey sabio. 

1 comentario:

  1. Enhorabuena por estas sabias palabras!
    De una chica que intenta ser colega!

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